Gran parte de mi vida la he dedicado a la asistencia social, bien dirigiendo instituciones, bien asesorándolas, lo cual me ha permitido conocer la infinidad de obstáculos que enfrentan día con día. Los más evidentes son de naturaleza económica. Los menos, aunque tal vez los más graves, tienen qué ver con su sistema de organización y con lograr un alto sentido de responsabilidad y de eficiencia en el personal que las integran.
La falta de una cultural de responsabilidad social y de espíritu de servicio, parecen ser una constante en nuestra sociedad, lo cual en muchas ocasiones alcanza a dañar las “buenas intenciones” de los proyectos de beneficencia. Me explico: toda noble tarea de apoyar a los más necesitados no debe reducirse a una motivación sentimental compasiva. Se requiere de un trabajo organizado y con una visión realista y objetiva.
Aquellas personas verdaderamente convencidas de trabajar en esa labor, deberán dedicar un tiempo adecuado a planear cómo se llevará a cabo el proyecto, con quiénes se contará en forma voluntaria, cuánto dinero se requiere para empezar, qué lugar se utilizará, quién lo facilitará, qué se debe saber acerca de las personas a quienes se va a ayudar, etc. La asistencia social no debe ser sólo el resultado de la buena actitud del corazón; sino una labor altruista realizada a través de un trabajo profesional, bien planeado; impulsado, si, por el corazón, pero dirigido por la cabeza y con un enfoque profesional.
La base del éxito de una institución de asistencia social parte desde el momento mismo en que es concebida. El ideal al que debe aspirar siempre es al de crecimiento, tanto en calidad como en capacidad; porque ser mejores significa hacer una labor más efectiva en bien de quien lo necesita y hacerla crecer, es ayudar a más y más gente. La base del éxito es poner a trabajar la voluntad de muchos, es cambiar la visión antigua de la generosidad, volverla activa, promotora, auto sustentable, e irle quitando ese matiz desagradable de la moneda que se pone en una mano extendida, sin saber si hará un bien o un mal, a quien la recibe.
Cada vez que se presenta ante mi un organismo con dificultades económicas veo la gran oportunidad que juntos (ellos y yo) tenemos, no sólo sobre cómo conseguir recursos para resolver el problema actual, sino para que organice su estructura de manera que logre formar un equipo de trabajo dedicado exclusivamente a obtener los donativos que requiere.
Es un hecho; la sociedad quiere ayudar, pero con frecuencia no sabemos pedirle. Hay que aprender a decir lo que hacemos por los demás, a convencer del buen servicio y de la alegría que ellos pueden compartir con nosotros, al participar en un trabajo que dignifica la condición humana. Entender que no estamos pidiendo limosna, sino que estamos brindando a otros la oportunidad de realizar una obra buena, de la que van a poder sentirse orgullosos, igual que nosotros lo estamos. En realidad ofrecemos (o vendemos) dignidad y esperanzas de vida.
El objetivo de esta guía es ayudar desinteresadamente a que otras asociaciones mejoren desde su organización, porque solo así podrán asegurar fuentes financieras sólidas. De otra forma, continuarán viviendo de la buena suerte, de los chispazos de conciencia de algunos, o de una caridad mal entendida. Con mucho gusto pongo al servicio de todas las instituciones este trabajo, que fue hecho únicamente gracias a que ellas existen.