c) Personal
Ahora bien, en todas las empresas existe un departamento que se ocupa de la selección del personal, y sus procedimientos son estrictos, sistemáticos, a través de los cuales se elige a los candidatos que mejor responden a perfiles preestablecidos. Del mismo modo, una institución de asistencia social debe determinar quiénes serán sus empleados idóneos, debe aprender a conformar su plantilla de personal a través de un cuidado proceso de selección.
Pero lejos de esperar que los aspirantes sólo sean “gentes buenas”, proclives a la caridad y al servicio, es necesario que éstos sean además, y por encima de todo, eficientes, responsables y capaces. Profesionalismo y transparencia, o trabajo calificado y cualidades humanas excepcionales son las dos facetas indispensables del personal de una institución benéfica.
d) Organigrama
Los organismos altruistas funcionan en base a un organigrama, como la administración de una entidad de lucro. Tienen como cabeza un grupo de consejeros que dirigen en base a su experiencia, el rumbo de las instituciones; y descansan el trabajo operativo en un gerente o director que coordina el trabajo de un grupo de subalternos con especialidades diferentes.
Los cargos tienen, efectivamente, otros nombres; no obstante, el camino que se siguen y las necesidades de orden organizacional son análogas entre empresa y entidad de asistencia social. Los cargos y el número de empleados dependen del proceso productivo, es decir, si el producto o servicio requiere de obreros, supervisores, empaquetadores, distribuidores, proveedores, supervisores de la compra de insumos, analistas de costos, vendedores, etc.
Institución privada con fines públicos
Ser un organismo independiente del estado tiene sus ventajas, especialmente de tipo organizativo (jerarquía, administración, autonomía de decisión y de acción, etc.). El estado controla a sus propias instancias de asistencia social, les asigna directivos, subsidios, políticas y áreas de desarrollo; estas instancias atienden la generalidad de los servicios sociales y debido a la enorme población de la que se ocupan, les es imposible especializar los servicios, por lo que se apoyan en los organismos privados para estas tareas.
El problema de esta desconcentración en la atención de la población marginada estriba en que generalmente no está coordinada eficazmente, y las instituciones de beneficencia se convierten en pequeñas islas dentro del océano de la sociedad, cuya labor se reduce a ejemplos de buena voluntad que no trascienden, que no aportan soluciones de fondo a las carencias, que no multiplican el efecto de asistencia social.
Si el campo de acción de entidades oficiales y privadas son las personas necesitadas, entonces se comparte el mismo “público”, aunque el motor difiera. El estado tiene la tarea de orientar y coordinas las grandes líneas y asumir determinados servicios; las asociaciones deben partir de tales lineamientos y proporcionar sus apoyos valiéndose de un eje interinstitucional que integre diversidad de ayudas y asesorías, que evite duplicidades y que eficiente el trabajo que se hace por los demás.
Es importante y justo que las instituciones de beneficencia no sólo busquen al estado en búsqueda de subsidio. Debe existir diálogo, comunicación y cooperación, debe fomentarse una relación estrecha y respetuosa que permita tomar acuerdos en conjunto, tanto en la definición y ejecución de programas sociales, como en el manejo de presupuestos.